martes, 17 de julio de 2018

Un cuento... que lucía


     Había una vez una niña pequeña, redondita y bastante concienzuda. Esta pequeña niña tenía seis añitos y era muy guapa, tenía unos ojitos que cualquiera diría que eran dos botoncitos de esmeraldas, verdes y muy brillantes, la gente se quedaba como hipnotizada mirándolos: eran como dos piedrecitas traídas de Oriente, de la Ruta de las Indias otrora allende los mares.

     Lucía, que era como se llamaba, tenía dos hermanos mayores, pero ellos jugaban a cosas distintas a las que le gustaba jugar a ella. Vivían con sus papás en una casa muy acogedora llena de juguetes, libros, puzles, rompecabezas y todo tipo de cosas curiosas traídas de los viajes que hacían todos juntos. También había muñecas de trapo, de plástico, a pilas, a cuerda..., en fin, de todo.

     Lucía se inventaba historias para contarles a sus muñecas y esa tarde se había inventado una de un payaso que se iba a la selva a divertir a los animales con su nariz roja y sus zapatotes de punta levantada y súper coloridos, con sus pelos largos y rizados de miles de colores…Ella les contaba a sus muñecas que llevaba un traje de grandes cuadrados como cosidos con hilo de oro. Cuando estaba enfrascada contándole la historia a sus muñecas le llamó su madre que estaba haciendo la cena en la cocina. La llamó dulcemente para que se acercara a la cocina y ésta presa de la curiosidad de enrumbó presta a donde estaba su madre. Cuando llegó a la cocina Lucía vio que su madre estaba preparando la tortilla de patatas que tanto le gustaba comer cuando viajaban a España de vacaciones.  Ummm, ¡está haciendo una tortilla de patatas española y es mi comida favorita!- pensó Lucía mientras le daba hambre-. 

     La estaba preparando con huevos, cebollas blancas, choricitos y jamón ibérico que habían traído de Segovia en el último viaje, entonces apreció que el jamón lloraba gotitas de grasa, atraída por ello se acercó más y más y se dio cuenta de que del jamón caía una gota de grasa como una cristalina gotita de miel. Ella estaba extasiada mirando cómo aquella gotita se deslizaba silenciosa desde el jamón hasta la encimera sobre la que su mamá estaba picando profusamente la cebolla y, de repente, en ese instante de embobamiento atisbó con la mirada a una pajarita que parecía haciéndose acopio de alimentos y bebidas para alimentar a su prole, en ese momento entró el ave en la cocina rápidamente, en un vuelo preciso y urgente hacia el bebedero de “Tuerca”, el perrito salchicha de la familia. La pajarita bebió del recipiente del perrito, entonces, Lucía, que se dio cuenta de la jugada cogió el taburete que guardaban en la alacena. Cuando ya lo hubo cogido se encaramó a él, alargó el bracito y con gran esfuerzo y estiramiento agarró una vasija de barro con unas letras preciosas que ponían “Toledo, vuelva pronto”. Ya se preparaba para bajarse del taburete con cuidado, pero... ¡zasss!, se cayó al suelo y además, sobre la comida del perro. Sin darse cuenta ya estaba en el suelo, sobre el comedero de Tuerca. ¡Se había pegado un trastazo de padre y muy Señor mío! Y se le puso la pierna  sucísima de la comida de perro sobre la que había caído instantes antes. 

     Cuando se levantó del suelo, puso en la vasija agua y miel para que la pajarita pudiera alimentar mejor a sus crías. 

     Al poco rato, la mamá llamó a comer a todos... ¡Ya estaba lista la cena!- dijo casi gritando-. Entonces mientras comían, Lucía se atragantó con un tropezón que había en la tortilla, parecía un pellejillo de vino tinto. Se le pasó el rato de la cena volando, como un suspiro, contándoles a todos la historia de la pajarita, de la vasija y de la caída.

     Cuando terminó la cena  Lucía y sus hermanos se fueron a la cama; Lucía seguía emocionada por la pajarita y se durmió soñando con los angelitos y mirando aquella luna que alumbraba el cielo esa noche de verano, ella se imaginó que podía tocar un trocito de aquella plata de luna.

     Esa noche mientras dormía se acordaba de la tortilla de patatas, de la pajarita y del trastazo que se había pegado contra el suelo. 

     Por la mañana, cuando se despertó, algo confundida, se dio cuenta de que todo esto fue un sueño, un sueño muy bonito pero al fin y al cabo un sueño. No había pasado nada de lo que se acordaba sentada sobre la cama. Trataba de reconstruir todos los detalles para después hilarlos en una historia para contar en algún momento.

     Cuando se levantó de la cama se puso la batita rosa de algodón brasileño y las zapatillas de conejitos con lazos, se fue a la cocina a verificar que no se había caído el día anterior, miró la comida de Tuerca y miró si estaba la vasija... ¡la vasija estaba en el armario de donde ella lo había sacado en sueños! 

     Se fue a la habitación de sus papás y les despertó para contarles todo lo sucedido.



     Desayunaron todos juntos y siguió pensando en su extraño sueño todo el día.

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